He aprendido que nunca puedes estar seguro de nada, que el
mínimo resquicio de felicidad efímera puede esfumarse como el polvo que huye
ante un suspiro. También he aprendido, que si lo único que haces es suspirar,
las cosas que quieres volarán como el polvo y se las llevará el suspiro y
caerán en otra persona, porque la felicidad es frágil y tiene un gran valor,
del cual nadie se da cuenta hasta que ya no lo tiene, todo el mundo sabe la
teoría. La felicidad es práctica.
Eso he aprendido ahora, y sin embargo, yo soplé a pleno
pulmón algo que voló, soplé sin saber a qué soplaba, vi como aquello, ella, se
movía hacia otro lado propulsado por los suspiros de mi inconsciencia, y sin
dejar de mirarla jamás, vi también como se posaba en otro lado.
Después me di cuenta de a qué le había soplado, y ahora que
eso voló, que no está, me limito a suspirar. Me limito a esperar a que un
viento que sople de otro lado vuelva a poner en su sitio algo que no merezco.
¿Qué hago mientras? Estoy destrozando algunas de las pocas
cosas que siempre han estado en su sitio, por trozos de felicidad fugaz que
sólo serán recuerdos, trigo que se seca o que el viento se lleva, trigo rojo
infinito, estoy vendiendo mi alma por una felicidad que con seguridad es falsa,
que está limitada y que depende una nube o de unas cuantas gotas, pero que sin
embargo, no dejando de ser felicidad, falsa y breve pero felicidad, es capaz de
sacar las lágrimas más sinceras de un corazón lleno de polvo que
ni con suspiros se desprende.
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