Auditorium.



Pido perdón, además, por no hablar de tu sonrisa, pero no es culpa mía si no cabe en el mismo texto que menciona tus ojos.
Quizá no supe ser un caballero y no sé qué pensarías tú de mí. Pero el caballero que no supe ser se llevó para siempre el recuerdo de la mujer que todavía no eras y que ahora parece que a veces echa de menos.

Y si algo saben los dos que me habitan, caballero y no caballero, es sobre los ojos más bonitos que ninguno ha visto y que si ya los tenía aquella niña, hoy son más bonitos, mujer.

Y si hoy aún detestas aquel deshonesto niño, este cobarde algo más caballero viene a contarte con más alegría que pesar que aquel miserable murió arrepentido, por no poder matar desde tan lejos el recuerdo de tu inocencia con un sincero perdón.

A veces te miro y hasta me pregunto qué hiciste ayer, qué has comido hoy o como está tu perro, que no sé si existe.
Pero cómo vamos a hablar de tu perro si ni si quiera nos hemos reído juntos: a la vez.

Y yo que me río de los flechazos, creo que no se le puede pedir cordura a uno. Y espero que no vuelvas loco a todo el mundo porque tus ojos, peligrosos, funden corduras a temperaturas más altas que el sol, el cual también temo que mires por si dejaras al mundo sin luz, por si después no te encuentro, y tú no quieres encontrarme, ya que solo verías tú.

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