24 de agosto de 2015



La última vez que lloré, lloré todo.
Claro que no se llora sin un buen motivo, y tanto miedo me daban los míos la última vez, que los lloré todos.


Esta noche paso por las mismas calles que hace unos años, escuchando incluso las mismas canciones, y los gatos, hoy dueños de éstas y siendo ellos los que traman algo, detienen lo que hacen para mirarme con sospecha, o incredulidad. Les sonrío como si fuéramos cómplices de lo peor, porque me gusta aparentar una normalidad que no es ni realista, por eso les sonrío a los gatos que sólo salen por la noche. Pero ya les gustaría a ellos tener un recuerdo en casi cada esquina de esta ciudad, y si los gatos no son de fiar, del amor no se debería ni hablar.


Después de todo no me acaricias distinto y yo te miro como siempre, pero si tus labios llevan cacao, esta vez no lo han puesto los míos, y si mis lágrimas intentaran o intentasen fregar el recuerdo de tus caricias en mi cara, esta vez no llevarían tu dolor, y tampoco esconderían la historia de los amantes más trágicos de Verona.


Aun así quiero disfrutar de tu intensa presencia y soportar que quizás, a lo mejor, puede que igual me apetezca algo más, y sabiendo que basta de egoísmos y caprichos prefiera que no nos acordemos.


Porque la última vez que lloré, lloré todo.

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