Septiembre de 2015.

Me he estado negando a escribir con tal de no acordarme de nada. Pero hay quien le llora a su mami y hay quien le llora a las sábanas, y a veces incluso a un puñado de letras medio ordenadas.
Y yo, creyendo que lloré todo, de mala manera agradezco darme cuenta de lo equivocado que estaba, y asegurarme de llorar lo que faltaba.
Ahora desconcierta querer llorar sin motivo, o eso creo, pero sin llegar a hacerlo —aunque mejor desconcertante que triste, o peor: entristecedor—.
Aun así y por si acaso, prefiero no pensar más en lo que falta(s) por llorar, porque ahora entiendo que queda tanto por llorar como optimismo o pesadumbre si supiera que ambas son inútiles.
Existen tantas cosas que entender que no se pueden entender todas a la vez, o peor aún, a tiempo: de dónde viene la insensatez, o la mala suerte, o la paradoja de que un día más es un día menos, que me restriega todos los días que entre tantos kilómetros el tiempo pasa, aumentando el exponente de la función que mide la distancia que realmente nos separa pero que no da el resultado en en kilómetros.

A pesar maldecirlo cada día, quiero dar las gracias a septiembre por no recordarme lo que sueño todas las noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario